
SOBRE ODIOS Y MIEDOS.
La guerra sucia en las campañas electorales
En vísperas de una nueva elección presidencial en Colombia, resulta pertinente ahondar un poco acerca del tema de la guerra sucia en las campañas electorales. Lo que a primera vista podría parecer un asunto normal y exclusivo de los avatares de la democracia moderna, se revela hoy como un asunto fríamente calculado en el que ningún detalle pasa inadvertido para los profesionales del marketing.
Durante los últimos tiempos se han venido consolidando narrativas electorales inspiradas en el miedo y en el odio. Este fenómeno, que no es para nada nuevo, se acrecienta en la medida en que el debate se torna más álgido y las encuestas comienzan a revelar "en apariencia" el favoritismo de ciertos candidatos.
La estratagema consiste en deslegitimar al adversario a través del rumor, la sospecha y la insinuación. Para ello se recurre a despertar las emociones de los ciudadanos por medio de las redes sociales, el spot publicitario, y por supuesto, las apariciones en la plaza pública.
Del mismo modo, la mayoría de campañas apela al anonimato y a la viralización de noticias falsas que se disfrazan hábilmente de verdad. Estos correlatos "democráticos" terminan siendo aceptados entre la mayoría de la población, desequilibrando a veces la balanza a favor de una opción determinada, como sucedió con la victoría del NO en el pasado plebiscito del año 2016.
Dentro de este contexto ya no son tan relevantes los programas de gobierno. Lo que realmente interesa es convencer a la gente para que no vote por el contendor. El triunfo en las urnas se circunscribe a una conquista bélica en la que la principal arma es el discurso que borra o excluye, así convoque a la concordia y a la unidad.
En un país donde las cifras de abstención superan el 50 % y donde un gran porcentaje de jóvenes entre los 18 y 28 años no se deciden a participar - ya sea por los altos índices de corrupción o por la pobreza narrativa de las campañas- existe una marcada inclinación a repetir las formulas de antaño en las que la violencia se sirve del lenguaje para sembrar el temor y la desconfianza.
Ante la carencia de una formación democrática que nos permita desarrollar un pensamiento crítico y discenir entre lo que más nos conviene como nación, preferimos que otros piensen y hablen por nosotros. Al fin y al cabo es más facil reproducir disfemismos que construir argumentos donde palabras como "terrorismo", "populismo" fascismo", "castrochavismo", entre otras, se limiten a ser sólo una tendencia perniciosa del markenting influencer electoral controlado desde las campañas.
Pero esta relación que se establece entre estrategia y resultados se nutre de otros factores claves entre los que cabe mencionar, en el caso de Colombia, la amenaza de fraude en las próximas elecciones; la situacion social y política de Venezuela; los brotes de violencia protagonizados por el Eln y las disidencias de las Farc; las dificultades de la implementación de los Acuerdos de la Habana, etc. Todo esto constituye un pretexto para diseñar formulas publicitarias asociadas al temor. Se añade además, la sensación de incertidumbre por la probable "destrucción" de las instituciones y del sistema de creencias que tradicionalmente ha imperado en el país.
Por otro lado, se recurre a la rabia, la inconformidad y la frustración para conseguir votantes. La ira contra el gobierno de turno constituye el culmen de una serie de molestias de los ciudadanos frente al manejo de la economía, la crisis de las EPS, la inclusión de las FARC en política, para citar sólo algunos aspectos que causan enfado entre la mayoría de los ciudadanos. De hecho el 16% de popularidad del presidente Santos en el último año de gobierno es un indicador que ha sabido ser bien aprovechado de modo directo e indirecto por los asesores y jefes de las actuales campañas.
Frente a la carencia de un ethos democrático que nos permita soñar, como afirma Bobbio, en individuos autónomos, capaces de transformar nuestras realidades (sin ambajes ni intereses mezquinos), solo nos resta continuar resistiendo y avanzando, en procura de la emancipación del pensamiento de nuestros conciudadanos. La libertad y la soberanía solo se logra si hay voluntad política, si somos capacez de pensarnos un país diferente, si abandonamos el odio y aprendemos a resolver conflictos por medio del consenso, reconociendo que todos podemos aportar para consolidar un estado social de derecho.